Introducción:
Hace más de 20 años Latinoamérica comenzó a experimentar un avivamiento de la llamada fe Reformada, las doctrinas de la gracia fueron expuestas de nuevo con precisión bíblica y poder del Espíritu, de tal manera que muchas almas fueron movidas hacia la búsqueda de la doctrina bíblica más acorde con la verdad revelada por el Señor.
Pero el avivamiento reformado lejos de terminar, apenas estaba empezando, transformando también la visión pastoral de los ministros, hacia un servicio bíblico para los creyentes, pero al mismo tiempo les brindó a los asistentes de las congregaciones locales, el conocimiento de la membresía de la iglesia hasta el punto que ahora se entiende que también se tienen derechos cuando se hace parte activa de una iglesia local en virtud de lo que entendemos por, el sacerdocio universal del creyente.
Ahora bien, el inicio idílico de los primeros años, necesitaba para sobrevivir un combustible mejor que el emocionalismo, el cual había sido un factor común al interior del pentecostalismo y por supuesto del carismatismo, pues la volatilidad de las emociones podría hacer estallar en pedazos todos los avances que se habían logrado con tanto esfuerzo, pues aun cuando creemos y confiamos en la soberanía y gobierno de Dios, entendimos que la responsabilidad humana no se excluye de la historia.
Es por eso que viendo el trabajo de los protestantes iniciales, quienes elaboraron documentos confesionales muy precisos, por ejemplo, la confesión de fe de Augsburgo (1530) o la Tetrapolitana del mismo año, que sería probablemente la primera confesión de fe de las iglesias reformadas, sin olvidar que tres años antes los anabaptistas elaboraron su propio documento con sus doctrinas base, los creyentes reformados adoptamos aquellas que consideramos cercanas a nuestros fundamentos bíblicos y teológicos, que se asentaron tanto en nuestro intelecto, como en nuestro corazón.
Pero juntamente con el afianzamiento de las iglesias locales reformadas, han surgido, como en todo proceso histórico del cristianismo, movimientos de respuesta a la fe desde perspectivas muy lejanas, como lo fue la contrarreforma católica, que iniciaría formalmente el 1545 y hasta el año 1563 con el concilio de Trento, pero que en la práctica su influencia llegaría hasta el siglo XX, cuando en el Concilio Vaticano Segundo se cambió la estrategia en cuanto al trato hacia el protestantismo, sin que en realidad hubiera un cambio en la teología, especialmente en la soteriología católico romana.
Esta nueva forma de lucha propuesta por Roma, sería mucho más efectiva que la confrontación directa planteada en Trento, pues ahora el punto de partida sería la identificación como parte de la fe cristiana que también los protestantes proclamaban, y a partir de allí, una conveniente “autocrítica”, sobre todo de elementos comunes, así como también, una aparente tolerancia hacia los “hermanos separados”, pero la finalidad de todo el discurso no era otro que la destrucción de la identidad evangélica.
Ahora bien, gran parte de esas herramientas son las que con preocupación observo hoy dentro de los grupos e iglesias protestantes, que a pesar de que afirman haber abrazado la fe de reformada, lo cierto es que no comulgan con la gran mayoría de sus principios, y desde una visión bastante agresiva, combaten con tesón y dedicación que sorprende, todo lo que huela a nuestros distintivos históricos.
Es por eso que en el presente escrito deseo hacer un breve análisis sobre algunos aspectos doctrinales y prácticos, que algunas iglesias evangélicas de forma sistemática sostienen en contra de la fe reformada histórica, y como estas posturas doctrinales tendrán efectos negativos aún sobre sus mismas congregaciones en el mediano y largo plazo, pues es evidente que la lucha que se plantean, es la guerra equivocada y se corre el peligro de morir por causa del “fuego amigo”.
El asunto confesional
Siempre que se toca el tema de las confesiones de fe, son muchos los que se sienten profundamente heridos con el tema, de hecho, desde hace algunos años vengo escuchando a conferencistas que insisten que confesionalidad reformada es igual a tener un documento confesional; con esta idea se pretende igualar en términos de calidad, contenido e importancia histórica a confesiones como las de Westminster (La madre de las confesiones, por su calidad y precisión), Saboya (La confesión congregacionalista) o Londres (Bautista Particular), con la de New Hampshire (Bautista general).
Comparar e igualar estos documentos es un ejercicio bastante complejo, pues aún los propósitos de cada grupo son totalmente distintos. Es un hecho que los hermanos de Saboya quisieron decirle a los presbiterianos que aun cuando sus modelos de gobiernos eran diferentes, seguían siendo hermanos con unos principios de fe reformados que trascendían y unían, también los bautistas en su segunda confesión de fe, lanzaron un documento similar, en el cual adoptaron la postura pactual, que inicialmente fue propuesta por John Owen (Un reformado en el mejor sentido de la palabra), y luego desarrollada a fondo por bautistas reformados como, Nehemías Coxe, Benjamín Keach o Hercules Collins, con sus consecuencias lógicas en la eclesiología, en todo caso, todas estas se pueden considerar documentos de consenso y unidad, pero también que nos ayudan a diferenciarnos a los unos de los otros.
Pero al terminar este periodo, denominado confesional, todas las denominaciones reformadas estaban unidas por las doctrinas que los identificaban, pero también por la extensión de esas mismas doctrinas, la belleza de cada capítulo hábilmente redactado, la precisión en la definición de los conceptos, pero sobre todas las cosas, el respeto a una tradición que procuró apoyar en las escrituras cada verdad teológica incluida en las confesiones de fe.
Después de este periodo, todo esfuerzo por escribir un documento confesional no tuvo la misma dedicación y calidad de los participantes, ni poder de convocatoria de hombres capaces, ni con el tiempo suficiente para meditar y entregar un producto refinado, no perfecto, no inspirado, pero de gran calidad como las mejores obras de teología sistemática.
Hace algunos años, tuve la oportunidad de predicar junto a un ministro muy capaz, que tenía un conocimiento profundo de la fe reformada, y recuerdo que me preguntó cuál era la confesión de fe de la iglesia que yo pastoreaba, a lo que sin ninguna prevención respondí, Londres 1689. De inmediato cambió su rostro y parecía que hubiera dicho una herejía, los que estaban con él daban la impresión de que yo había dejado de ser su hermano y la tensión fue evidente a partir del momento.
Seguidamente, el pastor joven me dijo que Londres era una confesión muy compleja para usarla en el discipulado, y que por eso prefería New Hampshire, ante eso le respondí con amabilidad, que el éxito del maestro de la Palabra de Dios está en hacer fácil lo difícil, y que en caso de no entender algo, eso implicaba mayor estudio y luchar por hacer entender lo que era complejo; pero luego en forma más desafiante y decidida, el pastor me dijo que no lo iba a hacer, a lo que ya un poco más molesto le dije que él estaba en su derecho, pero que si deseaba una conexión real con la historia y todo el legado de la Reforma, lo más obvio era utilizar un documento identitario del período confesional, pues tener una confesión, no es igual a ser confesional.
Después de aquel encuentro pensé que todo estaba bien, pero con tristeza supe que, a los pocos meses, y sin más momentos para tratarnos y conocernos, el hermano me había calificado como un legalista, por no aceptar sus argumentos.
Una cosa más, los miembros de las iglesias que pastoreamos, son hermanos que por lo general pasan la media de lectura y comprensión de los textos, ellos requieren un discipulado fuerte, dado por hombres dotados y que respeten la historia, si quieren acercarse a la fe reformada.
El problema de la adoración contemporánea
Después de la confesionalidad histórica, la segunda crítica más aguda contra las iglesias de la Reforma es la forma de adoración, pues como ya hemos escrito y predicado en muchas ocasiones, nos regimos por el denominado, Principio Regulador de la Adoración, pues creemos que sólo lo que Dios ha ordenado en la Escritura, debe considerarse al momento de realizar la adoración pública.
La idea contraria es el, Principio Normativo, el cual enseña que, todo lo que Dios no ha prohibido, relacionado con el culto público está permitido; en honor a la verdad he encontrado pastores que limitan este principio, pues afirman que la prudencia del ministro debe ayudarlos a decidir qué tipo de música se utiliza en el culto y cuáles son las actividades que convienen para la gloria de Dios, y que las mismas deben ser reverentes, pero aun así y cuando son hombres piadosos, nadie asegura que una norma tan “flexible” no terminará por hacer un servicio más centrado en las emociones que en la gloria de Dios.
Por lo general a quienes defendemos desde la Biblia el Principio Regulador, somos tomados por dinosaurios, hombres de otra época, rígidos que no aceptamos ni estimulamos las capacidades de los hermanos que Dios ha dotado para tocar instrumentos y cantar, pero nunca consideran lo que el Señor ordena en el Nuevo Pacto relacionado con la adoración, cómo el Señor Jesucristo en el momento más crítico de su ministerio junto a sus discípulos, cantaron himnos y después salió a terminar su misión redentora, o cómo Pablo, con la iglesia ya instituida, considera que los cánticos deben ser: salmos, himnos y cánticos espirituales (odas), mientras que Juan, en el libro de Apocalipsis 4 y 5, nos presenta la visión de un culto celestial en donde la reverencia en medio del coro de los ángeles, de los seres espirituales en los cielos, es presentado ante el Señor que lo recibe con agrado. Si este texto no indica nada, deberíamos revisar la capacidad exegética y la sensibilidad espiritual de que tanto se habla.
En todo caso, “…hágase todo decentemente y en orden”, pues no se trata de nuestros gustos y talentos, sino de lo que Dios desea y ha ordenado para su gloria, lo demás, como talentos y capacidades humanas para las artes, no es vinculante para el culto, como otras profesiones y capacidades artísticas no lo son, de lo contrario, pidámosles a los actores que hagan teatro en la iglesia, por cierto, eso ya se ha hecho y la verdad ha salido muy mal.
Cesar o no cesar, e allí el dilema
El siguiente aspecto a considerar es el cesacionismo vs el continuismo de los dones, y en esta parte también hallamos discusiones extensas, pero los cristianos reformados estamos convencidos de que, con el cierre del Canon y la muerte de los apóstoles, los dones milagrosos y de revelación fenecieron.
La mayor parte de los que insisten en el continuismo afirman que Dios es poderoso para seguir obrando y que nosotros no podemos limitar el poder del Señor. Bien esa defensa es una falacia, pues es evidente que no estamos afirmando que Dios no sea todopoderoso o que un milagro no sea posible, lo que afirmamos es que ninguna persona tiene estos dones o capacidades extraordinarias, como la tuvieron los profetas, apóstoles y algunos cercanos a ellos en el primer siglo.
Recientemente he leído una gran cantidad de artículos en donde hacen una defensa de la continuación de los dones de milagros en el tiempo actual, ahora bien, en el presente escrito no pretendo dar una explicación de las razones por las que creo en la cesación de estos dones, pero lo que me llama la atención, es que se pretenda afirmar que la Reforma es principalmente continuista.
Ante esto, debemos pronunciarnos con un no rotundo, usted puede creer o no en la continuidad de los dones espirituales, pero tiene que saber, que históricamente la fe reformada es ¡¡cesacionista!!, si usted cree en otra cosa, puede ser un buen hermano, un buen ministro del Señor, pero no es un pastor reformado, ni un creyente de la fe reformada, alguno me preguntará como alguien me preguntó si ¿Eso lo descalifica como creyente? No, y de hecho esa no es la discusión, pero el tema es la identidad, no puedes ser algo contrario a tus distintivos. Una parte del discurso de algunos conferencistas que se proclaman como, reformados continuistas, me recuerdan tanto a la disertación posmoderna, que afirma “soy un hombre, pero me auto percibo como un niño o un conejo.”
Continuará…
Pastor Alexander Mercado Collante